Una Carta desde Bagdad

20130810-131602.jpg

Carta de Débora desde Bagdad, para reflexionar sobre lo que se ve y sobre lo que no se ve de las MI de la UE en Iraq

Queridos amigos,

Hace ya unas semanas que estoy de regreso en Bagdad, una ciudad cada vez más apocalíptica. Resulta extraño ver cómo el terror encuentra su camino a través de las horas que siguen al vespertino Iftar, comida familiar con la que se rompe el ayuno diario durante el mes de Ramadán, sagrado para el Islam. Cuarenta muertos, treinta muertos, veinte muertos… han vuelto a pasar de mil en julio y resulta obsceno seguir riendo o disfrutando de una cálida tarde de verano junto a la piscina en un Bagdad que parece salido del Infierno de Dante y en que la cálida luz de las puestas de sol de este tórrido verano se tiñe de rojo con el rumor de las explosiones que el hormigón que me rodea sólo consigue atenuar.

Hace un par de sábados fui a cenar a la Embajada española. Tres vehículos, chaleco, casco, son sólo una parte de la parafernalia necesaria para un trayecto de apenas 20 minutos, cuando se sale de la sacrosanta “zona verde”. Calles y lugares son difíciles de identificar porque tantos años de presencia extranjera en el país han cambiado hasta los nombres. Transitamos por la calle del 14 de julio, que no celebra la Bastilla de 1879 sino el golpe que en 1958 acabó con la monarquía en Iraq. Salimos de la protegida zona internacional por un control de la policía y el ejército iraquíes cuyo objetivo no es sino impedir que el ciudadano medio moleste a los moradores de embajadas y edificios oficiales. Al pasar el control, nos topamos con un inmenso parque que apenas alcanzamos a bordear continuando por la calle de la aceituna, el Parque Zawra (pronunciando la z como una suave s silbante), ya en el barrio de Yarmuk, y que nos muestra un iluminado y desierto parque de atracciones con una gran noria vacía e inmóvil. Zawra significa en árabe “lugar que invita o induce al visitante a regresar a él” y debe ser por ello que, según me cuenta todo al que pregunto por su actual soledad- que sólo hay que esperar a que acabe el mes de Ramadán, que falta poco –en apenas 8 días termina el mes– para que el parque de atracciones vuelva a ser muestra del hervidero y ruidoso bullicio que a diario inunda las calles de la capital de Mesopotamia. Y no obstante resulta extraño que, pasada la hora del Iftar, las calles estén tan vacías; puede que señal de la factura que muerte y tragedia están pasando a las gentes de esta castigada sociedad. De aquí, a la avenida de Al Mansur, desde donde oteamos -a cierta distancia- las orondas bóvedas de la inacabada Mezquita de Al-Rahman (el más misericordioso, ¡qué ironía!), cuya construcción inició Saddam Hussein a finales de los 90 con la ambición de convertirla en una de las más grandes de Iraq y que, junto a la Gran Mezquita de Saddam también incompleta, da fe de la caída de una sociedad cuyo futuro es tan incierto como el suyo.

Finalmente, ya en el recinto de la Embajada, tras transitar por una ciudad casi desierta, al percibir el añil del uniforme de nuestro Cuerpo Nacional de Policía y agitada como un chiquillo a quien desde lejos le ofrecen un caramelo, empiezo a sentirme en casa. No obstante, todavía habré de esperar en el coche a que me abran la puerta desde fuera: el protocolo de seguridad así lo exige. Juan, Jefe del equipo de seguridad de la Embajada, y Fernando, a quien no veía desde mi paso por Kabul, me dan la bienvenida; Eduardo y el Embajador, un poco más allá, no son sino el principio de una velada estupenda, donde conversación, bromas y recuerdos me harán olvidar, por un rato, lo tedioso de mi encierro y la crueldad de la realidad que me rodea.

Como el encantamiento de Cenicienta, el milagro de la salida ha de terminar a la media noche, so pena de convertirse en tragedia. Escoltada por caballeros sin malla y en un carruaje blindado, de vuelta a “casa”, a mi prisión de lujo custodiada por silenciosos y sonrientes Gurkhas nepalíes, al paraíso de pequeños cubículos de hormigón llenos de variada y exótica fauna.

Y hablando de fauna, merece la pena echar un vistazo a la que me rodea en mi círculo más próximo, el de la Misión Integrada de la Unión Europea de Fomento del Estado de Derecho para Iraq de todo, pero ni solidaridad ni compañerismo caracterizan a ninguno de sus elementos. ¡Cuánto se echa de menos la camaradería –a veces un poco molesta por “metomentodo”– tan típica del trabajo en el terreno! Esto no es una misión. Es un “gran hermano” sin cámaras (creo) con muchos mercenarios, algún que otro misionero y elementos residuales que parece que anduvieren un poco perdidos. Dejo a vuestra elección situarme en el mapa que presento… Pero ya hablaremos de la fauna en otra ocasión.

Recibid un cariñoso abrazo desde este extraño paraíso situado dentro del infierno.

Débora

1 comentario en “Una Carta desde Bagdad

  1. Pingback: Una Carta desde Bagdad, por @MartaPastor

Deja un comentario